Cristina Rodríguez, alumna de nuestro Máster Universitario en Gestión Cultural, ha tenido el placer de asistir y realizarnos una reflexión sobre el merchandising y la fridamanía y los posibles peligros de estos en la gestión cultural.
Fridamanía: una bomba envuelta en merchandising
(o los peligros del merchandising).
Sin lugar a dudas “todo el mundo” sabe, más o
menos, quién es Frida Kalho (1907-1954). Desde principios de los ochenta del
siglo XX, la obra de la artista plástica mexicana más emblemática ha ido revalorizándose
a través de estudios, exposiciones, ensayos, etc., pero lo más remarcable es
como su figura ha adquirido un aura de mito artístico, icono pop, o estandarte
de reivindicación social, es decir, un sin fin de fridas que componen la
denominada fridamanía.
El estado de furor se potencia, de manera más
simple, en la explotación de la
imagen de la pintora con intenciones comerciales. La figura de Frida es una fértil
generadora de rentas a través de un merchandising que va desde camisetas,
perfumes, biografías, fotos, cerveza o una muñeca que reproduce la imagen más
representativa de la artista de Coyoacán; vistoso y colorista tocado floral en
el cabello recogido en un moño, uniceja y bigotuda, y vestida con traje tehuano.
Con el estado de globalización y
el libre mercado la fridamanía se ha expandido por el globo, con los derechos
de autor bajo el brazo, y la cesión, por parte de los “herederos”, de los derechos de explotación comercial de
las obras e imagen de la artista en pro de un cuantitativo aumento de sus
cuentas corrientes. Estos hechos han hecho se deforme la vida de Kahlo,
subrayando las entrañas de la artista, y desvirtuar el objetivo real de la
cultura, en este caso, del arte de Frida.
En fin, podemos entender que la cultura de
masas sirve para difundir el arte y la cultura, democratizarla y hacerla
accesible, pero la mala praxis de la acción mercantilista alrededor de Kahlo ha
ayudado a la generación de un abismo entre el espectador y la artista, oscureciendo el conocimiento de
su obra y generando unos estereotipos y prejuicios a la hora de la
aproximación. El morbo que genera sus miserias, traumas femeninos, dualidad
sexual o su tormentosa relación con el artista Diego Rivera (1889-1957), ha
desplazado su obra bajo un cuestionable espíritu fenicio.
Es cierto que la vida y personalidad de Frida
es puro vigor, esencia contradictoria, que nos empuja al interés, pero lo más
remarcable de la suscitación de Frida es que trabaja temas que nadie antes
había pintado o por los menos desde una coordenada radicalmente femenina: el
aborto, la soledad femenina, el dolor de la traición amorosa, etc. Su práctica artística es una terapia, un
éxodo del dolor emocional y físico que le tenía postrada en una cama, empujada a
la creación de un mundo pictórico personalísimo, libre, ingenuo, fantástico,
críptico y expresionista.
La fridamanía ha agolpado una multitud de
personas enfrente del Museé
d’Orangerie (París) tras la presentación el pasado 9 de Octubre de la
exposición Frida Kahlo/Diego Rivera: l’art en fusion, que se puede
disfrutar hasta el 13 de Enero. Una buena oportunidad para acercarse a
la obra de Frida y Diego, permitiendo apreciar sus talentos individuales, la
contaminación recíproca entre los artistas y reflexionar sobre la excelencia
técnica de Diego y la capacidad emocional de Frida.
André Bretón dijo de Frida que era (…) una
bomba envuelta en listones (…), pero ahora el llamado kahlismo o fridamanía
esta envuelta en una intención de explotación comercial, en un merchandising
peligroso que desvirtúa la realidad y profundidad de los artistas y sus obras.
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